La historia de las comunidades del norte de la península ibérica es el relato de su propia naturaleza. La geografía de esta macro-región ha definido el escenario de su acontecer a lo largo de siglos. La abrupta orografía, el impetuoso mar, han representado un binomio perfecto del que ningún hecho ha podido escapar.
Trascendiendo a la propia humanidad, la historia natural de esta tierra ha generado espacios propios y distintos que confieren a las comunidades bañadas por el mar Cantábrico un carácter singular y diferenciado. Esta interfase de bahías, rías, arenales, acantilados y cabos aportan personalidad propia a sus comunidades, con el mar Cantábrico situado siempre al principio y final de todo.
El pasado de sus pueblos está inundado de mar y océano. La tradición marítima de sus gentes y sus villas marineras está presente en cualquier momento de la trayectoria de España y Europa. La Hermandad de la Cuatro Villas desde 1163 y después la Hermandad de las Marismas desde 1296 son un ejemplo de la importancia de sus villas costeras.
Desde estas villas y sus puertos se han practicado todas las navegaciones: el cabotaje peninsular, el comercio con el resto de países europeos y las comunicaciones intercontinentales, la pesca en toda la fachada atlántica de Europa y también de América del Norte y la participación en las principales expediciones y descubrimientos en todo el mundo.
Causa y consecuencia de ello ha sido que el arte y la ciencia de la navegación a vela hayan tenido en nuestras costas la mejor y más profunda implantación. Durante largos siglos los mejores artesanos, las más modernas tecnologías, los buques de arquitecturas más majestuosas y los más osados navegantes se han gestado y han nacido en “las villas de la costa de la mar”.
Los veleros, y toda su aureola de romanticismo, han sido a lo largo de este tiempo inmejorable reflejo de nuestra sociedad y su relación con el mar a través de la pesca, el comercio y las armadas.
La pérdida de nuestras colonias de ultramar a finales del siglo XIX significó también el final de los grandes veleros cantábricos, pues las navegaciones oceánicas suponían el último baluarte donde la vela se podía defender del vapor.
El siglo XX, supuso la desaparición total de veleros de mediano y gran porte en las Villas del Cantábrico, perdiéndose con ellos la cultura común que protagonizaban a lo largo de todo el litoral cantábrico durante siglos.